Horror
leyenda: El campanario maldito
Todo
comenzó el día en que el padre del convento recibió visitas. Como ya se había
corrido la noticia de que ahí espantaban, la mayoría de las habitaciones estaba
deshabitada. Sin embargo, el padre no estaba tan convencido de ello.
Hacía
tiempo que alguien le comentó que en el campanario espantaban. Dicho suceso
consistía en la aparición de un señor vestido de negro, pero él no lo creyó.
Esa noche recibía a personas muy importantes del ámbito religioso y era
necesario alojarlos en las mejores habitaciones. Pero cuando llegaron las
personas, notó que entre ellas había alguien a quien no esperaba, lo cual, por
supuesto, no le importó; al contrario, se sentía muy a gusto con su visita.
Las horas
pasaron entre plática y plática, por lo que se acercaba la hora de irse a
dormir. Para entonces, el padre ya tenía resuelta la forma en que se quedarían;
la habitación que él ocupaba se la dejaría a la persona que llegó sin previo
aviso, mientras él se dormiría en el campanario.
Así lo
pensó y así lo hizo. Pronto llegó la hora en que se desearon que pasaran buenas
noches, y el padre se llevó su ropa de dormir al campanario, las cuales se
componían sólo de un par de cobijas. Las horas transcurrieron como de
costumbre, lo que lo hacía pensar que todo lo antes dicho eran simplemente
supersticiones. No había nada a qué temerle.
Esa noche
el viento estaba soplando como de costumbre, sólo que en cuanto dieron las
doce, empezó a arreciar el aire. No pasaron más de dos minutos, cuando se dejó
oír un grito aterrador. Todos los visitantes se levantaron de golpe pensando
que algo le acontecía al padre.
En vano
fueron sus intenciones de subir al campanario porque el padre ya estaba abajo;
no le costo demasiado trabajo detenerlos. El padre, además de presentar un
gesto de horror, los cabellos blancos, sus manos le temblaban y la voz apenas
si le salía:
—¡Padres,
padres! ¡No vayan arriba! ¡No vayan arriba! —decía con temor.
Nadie
alcanzaba a comprender lo que estaba pasando; el padre no decía palabra alguna,
sólo se exaltaba cuando alguien mencionaba que iría a inspeccionar. Cuando por
fin lograron calmarlo, solamente dijo: —¡Cierren el campanario! —¿Qué? —preguntaron
todos.
Que cierren
el campanario. No les diré qué fue lo que vi, pero quiero que cierren el
campanario.
Estas
palabras fueron cumplidas como órdenes, pues nadie de los presentes, ante tal
escena se sintió capaz de contradecirlo.
El padre
finalmente murió sin revelar qué fue lo que vio aquella noche en que sus
cabellos se le blanquearon. Todos los que lo conocían siempre se preguntaron
cuál fue la causa de su decisión, el porqué de cerrar el campanario dejando
enmudecida a la iglesia. Pero nadie ni con el paso de los años pudo resolver el
misterio. De todos era sabido que aquel padre era un hombre muy valiente, una
persona que no se dejaba doblar por nada.
Los años
han pasado y el padre se llevó a la tumba el secreto. En cuanto al campanario,
nadie lo ha vuelto a abrir por respeto a la decisión del padre, quien se
encargó de que todos le prometieran que nunca más abrirían ese lugar.
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