lunes, 25 de julio de 2016

El campanario maldito

Horror leyenda: El campanario maldito

Todo comenzó el día en que el padre del convento recibió visitas. Como ya se había corrido la noticia de que ahí espantaban, la mayoría de las habitaciones estaba deshabitada. Sin embargo, el padre no estaba tan convencido de ello.

Hacía tiempo que alguien le comentó que en el campanario espantaban. Dicho suceso consistía en la aparición de un señor vestido de negro, pero él no lo creyó. Esa noche recibía a personas muy importantes del ámbito religioso y era necesario alojarlos en las mejores habitaciones. Pero cuando llegaron las personas, notó que entre ellas había alguien a quien no esperaba, lo cual, por supuesto, no le importó; al contrario, se sentía muy a gusto con su visita.

Las horas pasaron entre plática y plática, por lo que se acercaba la hora de irse a dormir. Para entonces, el padre ya tenía resuelta la forma en que se quedarían; la habitación que él ocupaba se la dejaría a la persona que llegó sin previo aviso, mientras él se dormiría en el campanario.

Así lo pensó y así lo hizo. Pronto llegó la hora en que se desearon que pasaran buenas noches, y el padre se llevó su ropa de dormir al campanario, las cuales se componían sólo de un par de cobijas. Las horas transcurrieron como de costumbre, lo que lo hacía pensar que todo lo antes dicho eran simplemente supersticiones. No había nada a qué temerle.

Esa noche el viento estaba soplando como de costumbre, sólo que en cuanto dieron las doce, empezó a arreciar el aire. No pasaron más de dos minutos, cuando se dejó oír un grito aterrador. Todos los visitantes se levantaron de golpe pensando que algo le acontecía al padre.

En vano fueron sus intenciones de subir al campanario porque el padre ya estaba abajo; no le costo demasiado trabajo detenerlos. El padre, además de presentar un gesto de horror, los cabellos blancos, sus manos le temblaban y la voz apenas si le salía:

—¡Padres, padres! ¡No vayan arriba! ¡No vayan arriba! —decía con temor.

Nadie alcanzaba a comprender lo que estaba pasando; el padre no decía palabra alguna, sólo se exaltaba cuando alguien mencionaba que iría a inspeccionar. Cuando por fin lograron calmarlo, solamente dijo: —¡Cierren el campanario! —¿Qué? —preguntaron todos.

Que cierren el campanario. No les diré qué fue lo que vi, pero quiero que cierren el campanario.
Estas palabras fueron cumplidas como órdenes, pues nadie de los presentes, ante tal escena se sintió capaz de contradecirlo.

El padre finalmente murió sin revelar qué fue lo que vio aquella noche en que sus cabellos se le blanquearon. Todos los que lo conocían siempre se preguntaron cuál fue la causa de su decisión, el porqué de cerrar el campanario dejando enmudecida a la iglesia. Pero nadie ni con el paso de los años pudo resolver el misterio. De todos era sabido que aquel padre era un hombre muy valiente, una persona que no se dejaba doblar por nada.


Los años han pasado y el padre se llevó a la tumba el secreto. En cuanto al campanario, nadie lo ha vuelto a abrir por respeto a la decisión del padre, quien se encargó de que todos le prometieran que nunca más abrirían ese lugar.

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